Abadía de Conques, la historia sagrada de Sainte Foy
Mientras los monjes celebran una fiesta en este día de la Epifanía del año 866, un hombre solitario entra en la iglesia a paso aterciopelado. Bordeando los muros, se acerca al sepulcro. Horror ! Intenta, con todas sus fuerzas, mover la lápida. ¡Incapaz de hacerlo, lo aplasta con un martillo! ¡Un vagabundo, un ladrón de tesoros, un villano en cualquier caso!
En absoluto: este hombre que metódicamente fractura al yacente es el guardián adecuado de esta casa de Dios. Está perfectamente cuerdo y sólo está llevando a cabo la misión secreta que le fue asignada diez años antes.
La iglesia a la que entró está en Agen. Contiene las reliquias de Santa Foy, objeto de su codicia. Convertie au christianisme, cette jeune fille de la ville montra un courage inébranlable face aux persécutions ordonnées par l’empereur Dioclétien dans son sinistre édit de 303. Les bourreaux chargés de l’immoler lui arrachèrent ses habits, qui furent instantanément et miraculeusement remplacés par une vestido blanco. A pesar de sus esfuerzos, no pudieron quemarla: las llamas se negaron a lamer el cuerpo de la joven. Después de arrojarla a un calabozo, la decapitaron al día siguiente.
Desde esa fecha –6 de octubre de 303– la fama de Foy ha crecido enormemente. Sobre su tumba se construyó una iglesia y luego una basílica. Las curaciones y los milagros se multiplicaron, afectando a los peregrinos que a veces llegaban desde muy lejos. El hombre que, en el secreto de la noche, logró finalmente extraer el cuerpo de Santa Foy para esconderlo en una bolsa se llama Aronisde. Es monje y originario de Conques. Con sus colegas, ideó este plan maquiavélico: ganarse el favor de los Agenais, quitarles los restos de Foy y traerlos de regreso a Conques, para devolver a su propio monasterio la gloria que les corresponde.
Digno de una historia de detectives.
En la Edad Media existen innumerables operaciones de este tipo. Es que las reliquias no son meros souvenirs. Además de su poder curativo, también conllevan una verdadera dimensión económica. Cerca de las iglesias y santuarios que albergan restos venerados se desarrolla una floreciente actividad: allí se instalan posadas, hospederías y talleres de exvotos. A veces un gran personaje pasa con su séquito, gastando generosamente.
En tiempos normales, miles de peregrinos alimentan la actividad. La sed de reliquias provoca una actividad frenética en toda Europa. Con el cambio de milenio, como recuerda James Bentley en Restless Bones, el obispo de Canterbury compró los huesos de San Agustín por la fabulosa suma de cien talentos de plata y un talento de oro.
La demanda es tan alta que la inflación está aumentando: Hoy en día, al menos 29 ciudades europeas afirman tener un clavo de la Crucifixión, entre ellas un buen número en Francia. : Arras, Carpentras, Compiegne, París, Toul, Troyes. Una multiplicación aberrante respecto a la realidad: Cristo fue crucificado con cuatro clavos, o incluso sólo tres si se remite al canon iconográfico más antiguo, que lo representa en la cruz con las piernas cruzadas.