La playa secreta cerca de París que enamora, pero oculta un gran problema

¿Quién hubiera imaginado que a sólo dos horas de París existe una playa secreta digna de los sueños más mediterráneos… pero que esconde un dilema tan grande como su belleza?

Una joya escondida en el Mediterráneo

Imagina toda la esencia del Mediterráneo destilada en una pequeña cala de aguas cristalinas, matices turquesa y esmeralda, y acantilados de vértigo. Así es Cala Goloritzé, en Cerdeña: un tesoro natural que vuelve, una vez más, a figurar entre las playas más hermosas del mundo según el sitio 50 Best Beaches. Con su icónica aguja rocosa, que se eleva 143 metros como guardián del paraíso, esta cala ha seducido a un jurado formado por 1.000 profesionales y expertos en viajes, entre los que no faltaban los imprescindibles instagrammers.

No es para menos. Cala Goloritzé no es sólo una playa: su belleza intacta provoca una emoción tan profunda que basta un primer vistazo —desde las alturas o con los pies remojándose en el agua— para quedarse, literalmente, sin respiración. La playa, formada por guijarros blancos y pulidos fruto de un desprendimiento en 1962, despierta pasiones entre los visitantes. Y hay más: a sólo unos metros, una fuente de agua dulce desemboca directamente en el Mediterráneo, aportando ese toque de frescor inesperado.

Paraje protegido sí, pero con un (gran) ‘pero’

Pero ojo, que este paraíso se ha mantenido virgen y salvaje gracias a normas de conservación verdaderamente estrictas. Declarada monumento natural protegido en 1995, Cala Goloritzé ha escapado del turismo de masas. ¿La clave? El acceso está rigurosamente limitado… ¡y no es broma!

  • Incluso en el pico de la temporada alta, sólo se permite la entrada a 300 personas al día.

Si estabas pensando en organizar una excursión improvisada, será mejor que lo reconsideres: este edén hay que merecerlo, y hasta quienes logran colarse entre esos 300 privilegiados deben sudar la gota gorda para alcanzarlo.

Un acceso que se gana paso a paso (o a nado)

Llegar a Cala Goloritzé no es fácil, y esa es, quizás, la mejor garantía de su preservación. ¿Quieres plantarte allí? Pues prepárate: sólo se accede a pie, tras una caminata de 3,5 km y 470 metros de desnivel desde el altiplano de Golgo, cruzando el Supramonte de Baunei. Ida y vuelta, la aventura te llevará unas dos horas. Pero el esfuerzo es recompensado con vistas que cortan la respiración (¡literalmente, otra vez!).

¿Prefieres el mar? Puedes acercarte en barco, pero sólo hasta 200 metros del litoral, tras una barrera protectora. Y desde 2017, los barcos a motor tienen prohibido aproximarse a menos de 100 metros. Eso sí, los más valientes pueden lanzarse a nadar ese último tramo… si no temen al desafío.

¿El acceso restringido es demasiado? Es el precio a pagar para preservar este rincón único y su carácter irrepetible.

Normas, tasas y el lado menos romántico de la protección

  • Desde 2019, acceder cuesta 6 € por cabeza: ese dinero sirve para financiar la protección y limpieza del espacio, incluyendo a aquellos que llegan nadando desde un barco anclado más allá de la barrera.

La medida genera debate, pero pretende regular la entrada y evitar el deterioro de un ecosistema tan frágil.

A pesar de todas estas trabas, los amantes de la naturaleza auténtica —y los senderistas con ganas de superarse— reciben una recompensa difícil de igualar: la visión pura y desbordante de belleza de Cala Goloritzé. Quienes deseen saborear su tranquilidad máxima, mejor que opten por ir en junio o septiembre y madrugar, porque las 300 plazas vuelan. La mejor época para bañarse va de junio a octubre, y en julio y agosto el termómetro llega alegremente hasta los 29 °C: ¡el lugar perfecto para practicar el noble arte del farniente!

En definitiva, este tesoro de la costa sarda pone la vara muy alta: acceder es una conquista, pero la experiencia de sumergirse —literal o figuradamente— en una de las joyas más puras del Mediterráneo es, para los afortunados, absolutamente inolvidable.

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